Durante muchos años leí la Biblia completa cada año y fue una gran bendición hacerlo así. Sin embargo, a finales del año pasado me di cuenta que había veces que leía apresuradamente; leía sin realmente disfrutar los pasajes y más bien con la meta de completar la porción del día. Sobre todo porque algunos pasajes como ya me eran tan familiares ya no les prestaba suficiente atención y sólo los pasaba por encima.
Así que, este año decidí hacer algo diferente, leer algún libro sin límite de tiempo y detenerme en cada capítulo todo el tiempo que sea necesario, aunque tome días, para disfrutarlo y meditarlo. Lo leo en diferentes versiones o idiomas y mi oración es: «Dios, quiero conocerte más, quién eres, qué quisiste decir» Intento escuchar en pequeñas porciones, no importa que sea un solo versículo. Al leer así la Biblia he descubierto cosas muy hermosas que trataré de compartir poco a poco.
El libro que seleccioné es el Evangelio de Mateo. Me llamó la atención en el capítulo 1 que en la genealogía de Jesús se incluyeran mujeres, algo que no se acostumbraba mucho en esos tiempos. Sólo se mencionaban nombres de varones. Además, no sólo eran mujeres sino mujeres gentiles, o que estaban casadas con uno.
Tamar y Rahab eran cananitas (Gn. 38; Jos. 2), Ruth era Moabita (Ruth 1:4), y el primer esposo de Betseba era un Hitita (2 S. 11). También dentro de los antepasados de Jesús había personas que no creían en el Dios de Abraham o que eran malos, tal como Manasés (2 R. 21:11) o estaban perdidos como Rahab. Me gustó esto porque me di cuenta que Dios había escogido no sólo a los descendientes de Abraham sino también a gente como yo, gentiles y pecadores, para pertenecer a su familia. Es la misma idea de Marcos 3:34 cuando vienen personas a decirle a Jesús: tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan. Su respuesta fue: «Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»
¡Pertenecer a la familia de Jesús! ¡Eso es una muestra más de Su gracia Asombrosa!
