Nadie anhela ser juzgado –especialmente si sabes que eres culpable–. Yo sabía que era
culpable y todo el mundo sabía que yo era culpable.
Temblaba con el solo pensamiento de estar frente al juez. Había oído hablar de Él. Era el
que decían tenía los ojos como una llama de fuego y cuyas palabras eran como trueno. Sus
decisiones eran siempre justas y no dejaba ningún crimen impune. Cada una de sus
palabras sucedieron y nada había oculto para él.
Me mantuve mirando hacia el suelo mientras era conducida a la sala de juicio, no
quería mirar a nadie, y me hubiera gustado que nadie me mirara –aunque sabía que todos
lo hacían –. Después de todo, estaba en el juicio.
La sala era muy diferente de lo que esperaba, era muy resplandeciente, pura y buena –a
pesar de que para mí significaba juicio rápido y seguro–. Cada acción tonta que antes me
había parecido mala, ahora parecía 100 veces peor en este lugar resplandeciente y santo.
A medida que mis crímenes eran traídos a la luz, eran mucho más vergonzosos de lo que
yo recordaba.
Sabía que era mucho más que una sala de juicio, y pensé en lo increíble que sería si yo
pudiera ser aceptada en un lugar así, sentí un anhelo en mi corazón por conocer a los que
estaban allí. Si sólo pudiera empezar todo de nuevo. No sabía que ese lugar existía.. brotó
en mí un gran deseo de poder quedarme allí –pero en vez de eso estaba allí sólo para ser
desechada y condenada–. Si tan sólo las cosas hubieran sido diferentes…
¿Cómo puedo describir la magnitud de la culpa que pesaba tanto sobre mí? Lo peor de
todo era el hecho de que al que yo había ofendido era el mismísimo Juez. Era muy obvio
para todos que yo era totalmente culpable y Él completamente inocente. ¿Por qué incluso
se tomaba el tiempo para un juicio? El resultado era evidente. ¿No podíamos omitir el
doloroso proceso e ir directamente al veredicto, ya que todos sabíamos cual sería? Pero
no, el Juez era demasiado recto para eso y la justicia exigía un debido proceso. Nunca
antes había entendido lo hermosa que era la justicia, y nunca la había odiado tanto.
Me quedé allí sin decir nada, sin dejar de decir nada, sin dejar de mirar al suelo. El juicio
comenzó. No había vuelta atrás, ni excusas, ni razones, ni manera de echarle la culpa a
nadie, estaba frente a frente con el hecho de que era culpable. EI acusador se adelantó y
comenzó a hablar. Una tras otra fue describiendo cada una de mis transgresiones con
detalles insoportables.
¿Por qué no puedo simplemente ser condenada y terminar con todo esto de una vez?
¿Por qué debo escuchar a mi acusador nombrar cada una de mis infracciones con tal
regocijo odioso?
Las cosas que quería mantener ocultas, los secretos oscuros que ni siquiera yo quería
reconocer –que me había esforzado tanto en olvidar, en escapar de ellos, en encubrirlos,
que me hubiera gustado tanto que nunca hubieran sucedido– todo estos ahora estaban
siendo expuestos con todos sus espantosos detalles. No podía decidir qué era peor: el
peso de la culpa sobre mí o la severa condena, que sabía me esperaba.
Finalmente, para mi gran sorpresa, alguien interrumpió a mi acusador. Cuando me volví
para ver quién estaba hablando, descubrí algo asombroso. ¡Tenía un abogado! ¿Un
abogado? ¿Cómo es que conseguí uno? ¿En verdad había alguien de mi lado?
La siguiente sorpresa fue cuando supe quien era mi Abogado –Él era el capitán del ejército
más grande del mundo y el heredero legítimo al trono–. Él también sería el Juez supremo
–No sólo en mi caso, también en el de todo el mundo– ¿Así que el juez a quién había
ofendido también era mi Abogado? ¿Cómo puede ser posible?
Aún más concebible era el hecho de que mi Abogado hablaba realmente en serio acerca
de rescatarme. Mientras lo escuchaba, me quedé sorprendida por la compasión y el amor
con el que hablaba. No tenía idea de cómo podría rescatarme de mi inevitable destino –de
mi obligación de enfrentarme con la justicia– pero fue una sensación increíble saber que
se preocupaba por mi situación, a pesar de que yo le había hecho tanto daño.
Mientras escuchaba, me di cuenta de lo terrible que en realidad era mi condición. El delito
era extremadamente grave y el castigo severo. Mi Abogado dijo algo acerca de que la
justicia no se satisface fácilmente. Me cubrí la cara con mis manos y cerré los ojos
fuertemente. Temblaba mientras trataba de de imaginar tal condena. Pensé en el
poderoso Juez, ofendido, inflexible y pronto para declarar el veredicto.
Pero luego el Abogado dijo lo inimaginable: dijo que la reconciliación podría ser posible si
se encontraba un mediador calificado. Alguien que estuviera dispuesto a representar al
infractor, apaciguar al Juez y satisfacer la justicia,
Mi acusador se echó a reír, le parecía gracioso que se mencionara la reconciliación como
una posibilidad. Qué ridículo. ¿Quién podría ser ese mediador? ¿Quién iba a ofrecerse a
hacer eso? ¿Quién podría?
Sí, por supuesto, el acusador estaba en lo correcto, concluí, ¿para qué guardo esperanzas
en mi corazón?
Mi Abogado rompió el silencio. Declaró que Él mismo sería el mediador.
El acusador se volvió a reír. ¿Qué hay de la justicia? ¿Qué con el castigo? ¿Qué con el
hecho de que yo misma le había prometido lealtad a él –a mi acusador–? Mis propias
palabras habían sido para condenarme.
Mi Abogado ni se inmutó, ni retrocedió. Más bien, dijo la cosa más extraordinaria que
jamás había oído –que Él mismo tomaría el castigo–.
Estoy segura que nunca sabré exactamente lo que Él sufrió en mi lugar. Pero esto sí sé: el
golpe de la Justicia cayó completamente sobre Él y ni un solo golpe quedó para mí. El
Justo tomó el lugar del injusto. El Rey tomó el castigo del traidor. El Altísimo tomó el lugar
del más bajo. La tierra tembló, el sol se negó a brillar y el Cielo observó con asombro cómo
el Príncipe de gloria daba Su vida por los pecadores. Como ves, mi abogado ocupó los
tres cargos: Abogado, Juez y… sí… criminal. Él simplemente no podía intervenir alegando
mi caso, porque yo no tenía mérito alguno. No, mi Abogado intervino tomando mi lugar.
Cuando la oscuridad desapreció y me atreví a mirar alrededor, vi que un pedazo de papel
había sido puesto en mi mano. Había sólo una palabra que me importaba –era la palabra
“perdonado”–. Si nunca has estado en mi situación, es posible que no puedas comprender
lo importante que esa palabra era para mí. La montaña de la vergüenza, la penetrante
culpa, el ardor de todos mis pesares, las terribles consecuencias que me esperaban –todo
había sido quitado en un instante inconcebible–.
Me estremecí de nuevo con la palabra –perdonado–. Miré a mi Abogado, a quien había
llegado a conocer como mi Juez y Amigo, y al verlo me di cuenta de que Él estaba
contemplándome. Nunca olvidaré el amor que vi en sus ojos. Y comprendí que esto era
mucho más que un simple perdón –esto era reconciliación–.
Esa es otra palabra que puede no significar mucho para ti. Pero si tuvieras alguna idea de
lo maravilloso y deseable, lo tierno y amable que es este Juez –entonces verías que la
reconciliación con Él era el sueño de sueños… hecho realidad–. Esto era mucho más que
un simple perdón, fui aceptada y acogida por Él. Y eso es algo que de repente me di
cuenta, que había sido el más grande anhelo en toda mi vida.
Mientras estaba tratando de asimilar todo esto, sucedió otra cosa que me tomó
completamente por sorpresa. Me dieron algo más, otro pedazo de papel, no podía
entender lo que significaba hasta que alguien me lo dijo. Era un testamento y mi nombre
estaba escrito en él. ¿Me dieron una herencia? ¿De Él? Esta era una sensación extraña,
para alguien que había estado desesperadamente en deuda justo unos momentos antes.
Era demasiado para mí enfrentar el cambio de rumbo tan drástico que me había ocurrido
en un día. Pasé de estar en el corredor de la muerte a tener la herencia del Rey. El
Abogado dijo que estaba bien, que tendría toda la eternidad para tratar de comprenderlo.
Me desperté agitada, estaba soñando. Tomé mi Biblia y la abrí. Mientras leía, el mensaje
fue claro, había misericordia disponible para mí ahora, no más tarde, sino ahora. El trono
de Dios estaba abierto ante mí para que yo entrara, si me arrepentía, si creía en Aquel
que había muerto en mi lugar, Aquél que es el mediador entre Dios y el hombre.
“Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo
Jesús hombre” (1 Timoteo 2:5)
“Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos
justicia de Dios en Él” (1 Corintios 5:21)
Tomado del libro: ¿Hablará Nuestra Generación? De: Grace Mally